Había una vez un cuervo que estaba parado en una rama de un árbol, muy contento porque había conseguido un trozo del queso muy rico; cuando de pronto se acercó un zorro, que había olido el queso y le dijo al cuervo -¡Buenos días señor!- pero el cuervo no contestó, porque si lo hacía se le caería el queso del pico.
El Zorro continuó haciéndole la plática al cuervo diciéndole –Que bonito día, ¿no cree? – pero el cuervo siguió sin contestar.
El Zorro Insistió, tratando de que el cuervo abriera el pico y dejara caer el queso, diciéndole esta vez –Que bonitas plumas tiene señor cuervo, son tan brillantes y relucientes que deslumbran a la vista, también tiene un porte tan elegante que llama la atención por donde pasa, seguramente luce tan bien que ha de tener una voz encantadora y melodiosa.
El Cuervo al escuchar estas palabras hinchó el pecho de orgullo y miró al Zorro, disponiéndose a deleitarle con su prodigiosa voz, abrió el pico y solo le salió un feo graznido, dejando caer el queso que tanto había cuidado.
El Zorro de un salto atrapó el queso y de un bocado se lo comió, después le dijo al Cuervo -Aprenda señor cuervo la lección, que el adulador vive siempre a costa de quien le hace caso.-
Y allí en lo alto de la rama, se quedó el señor cuervo durante un buen rato, mirando tristemente el lugar por donde se marchó el Zorro. Avergonzado y decaído por haberse dejado engañar se prometió a si mismo que nunca volvería a dejarse engatusar por palabras aduladoras.
Moraleja: Nunca hay que esperar nada bueno de los aduladores.