Había un labrador que tenía dos hijos, que siempre le ayudaban en el trabajo, eran buenas personas pero lo malo es que se la pasaban discutiendo y peleando por cualquier cosa.
Los muchachos siempre querían ganar, o tener las mejores, o las más bonitas, así que empezaban compitiendo o jugando y siempre terminaban enojados, gruñendo y peleando.
El labrador preocupado porque sus hijos cada que peleaban pasaban días sin hablarse pensó:
-¿Qué haré para que mis hijos aprendan que no deben pelear por todo?- Y se le ocurrió una gran idea.
Llamó a sus hijos y les dijo:
-Quiero que por favor vayan al campo y me traigan todas las ramas que encuentren tiradas, porque las usaremos como leña.
Y los hijos salieron corriendo despavoridos hacia el campo en busca de las ramas.
En el camino como siempre empezaron a pelear.
Uno de los hermanos le dijo al otro:
-¡Yo recogeré más ramas que tú!
A lo que el hermano respondió
-¡Por supuesto que no! Yo voy a ganarte porque yo recojo las ramas más rápido que tú.
Y así siguieron peleando todo el tiempo hasta que regresaron a casa con una cantidad enorme de ramas para la leña.
El labrador les dijo a sus hijos:
– Ahora, junten todos las varas, amárrenlas muy fuerte con una cuerda y vamos a ver quién es el más fuerte de los dos. Tendrán que romper todas las varas al mismo tiempo.
Y así lo intentaron los dos chicos. Pero a pesar de todos sus esfuerzos, no lo consiguieron.
Entonces su papá desamarró las ramas y les dio una a cada uno diciéndoles:
-Ahora intenten romperla.- Y los hijos las rompieron fácilmente.
– ¡Se dan cuenta! les dijo el padre. Si ustedes permanecen unidos como las ramas amarradas, serán invencibles ante la adversidad; pero si están divididos serán vencidos fácilmente.
Los tres se abrazaron y finalmente los hijos aprendieron la lección y dejaron de pelear.
Moraleja: Cuando estamos unidos, somos más fuertes y resistentes, entonces nadie podrá hacernos daño.