Había una vez en un reino muy muy lejano una reina que dio a luz una hermosa bebe, lo que fue motivo de una gran alegría.
Los reyes prepararon una gran fiesta para festejar y todos fueron invitados, especialmente todas las hadas del reino, que fueron nombradas madrinas de la pequeña.
Después de la ceremonia todos se dirigían al gran festín, pero justo al momento de sentarse, entró un hada vieja la cual no había sido invitada ya que pensaban estaba muerta o encantada.
Como no fue invitada el hada creyó que la despreciaban, por lo que gruñó entre dientes algunas amenazas.
Cuando llegó la hora de que pasaran todas las hadas a darle un don a la princesa, una de las hadas más jóvenes, temiendo que le concediese un Don dañino a la princesita se escondió para ser esta la última en conceder el Don y poder reparar el daño que le hiciera la vieja; comenzaron las hadas a conceder sus dones a la recién nacida. La más joven dijo que sería la mujer más hermosa del mundo; la que la siguió añadió que sería buena como un ángel; gracias al don de la tercera, la princesita debía mostrar admirable gracia en cuanto hiciere; bailar bien, según el don de la cuarta; cantar como un ruiseñor, según el de la quinta, y tocar con extrema perfección todos los instrumentos, según el de la sexta.
Llegó el turno de la vieja hada y dijo, que la princesita se heriría la mano con un huso y moriría de la herida, entonces salió el hada escondida y dijo en voz alta:
-Tranquilos rey y reina; su hija no morirá de la herida. Verdad es que no tengo bastante poder para deshacer del todo lo que ha hecho mi compañera. La princesa se herirá la mano con una rueca, pero, en vez de morir, sólo caerá en un sueño tan profundo que durará cien años, al cabo de los cuales vendrá a despertarla el hijo de un rey.
El rey deseoso de evitar la desgracia anunciada por la vieja hada, prohibió a todo el reino hilar con rueca y pidió que todas las ruecas fueran quemadas.
Transcurrieron quince o diez y seis años, y un día que el rey y la reina no estaban cerca la joven princesa, subió de cuarto en cuarto hasta lo alto de una torre y se encontró en un pequeño desván en donde había una vieja que estaba ocupada en hilar su rueca, pues no había oído hablar de la prohibición del rey de hilar con rueca.
-¿Qué haces, buena mujer?, le preguntó la princesa.
-Estoy hilando, hermosa niña, le contestó la vieja, quien no conocía a la que la interrogaba.
-¡Qué curioso es lo que haces!, exclamó la princesa. ¿Cómo manejas esto? Quiero intentar hacer lo mismo que tú.
Y como el decreto de las hadas así lo ordenaba, en cuanto toco la rueca se hirió con la mano y cayó en un profundo sueño.
Muy espantada la vieja comenzó a gritar pidiendo socorro y de todas partes acudieron en su auxilio.
Rociaron con agua la cara de la princesa, le desabrocharon el vestido, le dieron golpes en las manos, pero nada era suficiente para hacerla volver en sí, entonces el rey recordó la predicción de las hadas y pidió que la princesa fuera llevada a un hermoso cuarto del palacio.
La buena Hada que le había salvado la vida condenándola a dormir cien años, estaba en el reino así que el rey fue a buscarla, pidiéndole que tocara a todos en el pueblo con su varita para que al igual que la princesa todos se durmieran, para que cuando ella despertara pudieran servirle, por lo que en un par de segundos todos cayeron en un profundo sueño.
Pasaron los cien años y el hijo del monarca que reinaba entonces, fue a cazar a aquel lado del bosque y preguntó que eran las torres que veía en medio de toda esa maleza. Pero nadie supo decirle así que decidió ir a investigar, cuando encontró a un viejo campesino que le dijo:
-Hace más de cincuenta años mi padre me dijo, que en aquel castillo está la más bella princesa del mundo, que debía dormir cien años, y que sólo el hijo de un rey, podía despertarla.
El joven príncipe decidió ir a ver si era cierto lo que le había dicho el campesino, por lo que venció todos los obstáculos y llegó al castillo; entró en una cámara completamente dorada y vio en una cama, a la hermosa princesa, que parecía tener quince o diez y seis años.
Aproximándose a ella temblando y admirándola se arrodilló al pie de la cama y la besó, lo que rompió el encantamiento, así que la princesa despertó y mirándole con tiernos ojos, le dijo:
-¿Eres tú príncipe mío?
A lo que él respondió –¡Es cierto todo lo que me dijo el viejo campesino!
Y así fue como el encantamiento de la princesa fue roto, al mismo tiempo que el del palacio, por lo que todos despertaron como si nada hubiera pasado y
finalmente pasados unos días por orden real los príncipes se casaron y fueron felices para siempre.