Esta bella historia de hadas, se ha contado a lo ancho del mundo, en diferentes tiempos, con diferentes nombres y escrita por diferentes autores cada uno con su versión particular.
Nos ubicamos en el tiempo donde no había ni aviones, ni coches. El medio de transporte eran los carruajes con caballos o simplemente los caballos sin carruajes.
Cenicienta, hija única de un matrimonio muy feliz, vivía lejos del palacio real, en una casa grande con huerto y con granja propia. Le gustaba jugar con los animales.
Su mamá le enseñó a leer y a escribir, y desde entonces se devoraba los textos, amaba leer. Cada vez que su papá salía de viaje, le traía uno libro. A través de sus primeros años de infancia fue vistiendo su biblioteca personal.
Sus papás quisieron tener otro hijo que acompañara a Cenicienta. Ella estaba muy contenta de compartir sus juegos. Pero el desafortunado destino, hizo que no naciera con vida llevándose la vida de su mamá también.
Su papá, devastado, salió de viaje dejando a su hija con las nanas. Estuvo ausente casi un año, sin embargo siempre se carteaba con Cenicienta. Ambos eran muy cercanos.
A su regresó, trajo una nueva esposa que tenía dos hijas.
Los malos modales y e hipocresía de las hermanastras hacía sentir mal a Cenicienta, que su única felicidad era estar junto a su padre y su único anhelo era no perderlo. Era evidente que su nueva familia no veía por el bienestar de Cenicienta ni de su papá.
La madrastra aprovechaba los viajes de negocios del papá, para ser la única que mandara en la casa.
Del último viaje, no regresó.
Madrastra y hermanastras, reordenaron la casa, despidieron a toda la servidumbre para ahorrarse dinero, e hicieron de la Cenicienta su nueva criada.
A Cenicienta, lo único que le quedaba eran sus libros, leer la alejaba de su realidad.
Todos los días, mientras las arpías tomaban su siesta, Cenicienta salía con su caballo al campo para leer y pensar. Uno de esos días, escuchó disparos. Era el príncipe con su gente de cacería. Desde que la vio se enamoró de su belleza.
No dejaba de pensar en ella, así que al día siguiente regresó al mismo lugar, y al día siguiente y al día siguiente.
Cenicienta no sabía que se trataba de un príncipe, así que lo trataba como un amigo, pero nunca le dijo dónde vivía ni sus condiciones de vida.
El príncipe fue forzado a contraer matrimonio, pero él no quería a nadie más que a Cenicienta. Así que le pidió permiso al rey de encontrar esposa durante un baile real. El rey aceptó y el baile se organizó.
El príncipe pidió a Cenicienta encontrarse en el baile, aseguró que tenía una sorpresa para ella.
Las invitaciones llegaron a todas las casas, pero la malvada madrastra no dejó ir a Cenicienta al baile encerrándola en su recámara.
Con ayuda de sus animales pudo escaparse, y se presentó disfrazada para no ser reconocida. Sin embargo, el corazón del príncipe la reconoció de inmediato. Bailaron sin parar.
A media noche, Cenicienta se escapó dejando en las prisas de la huida, una zapatilla a la salida del palacio. “Deténganla” dijo el príncipe.
Cenicienta regresó a casa en su caballo lo más rápido que pudo. Se cambió y se metió en su cama para aparentar que estaba dormida.
Nadie supo quién era la bella dama que había bailado toda la noche con el príncipe. El rey mandó a probar la zapatilla a todas las doncellas del pueblo, para encontrar la que había robado el corazón de su hijo y hacerla su esposa.
La casa de Cenicienta no fue la excepción, pero la madrastra de nuevo la encerró para que no pudiera salir.
De nuevo Cenicienta, con ayuda de sus animales, logró abrir la puerta y probarse aquella zapatilla que le pertenecía.
De inmediato fueron al castillo, en donde su príncipe la esperaba para nunca más dejarla ir.